Quienes enseñamos a aprender a través de la innovación, tenemos la obligación de ser innovadores.

Esto que a primera vista puede parecer una obviedad, no lo es tanto.

Si miramos a nuestro alrededor observamos que, en demasiadas ocasiones, la oferta sigue girando en torno a estructuras modulares que reproducen modelos tradicionales, disfrazados la mayoría de las veces con adornos tecnológicos que, sin embargo, no ofrecen nada más allá de la formación tradicional.

Poder ver un curso en el móvil o utilizar una aplicación no significa que la formación ofertada sea fruto de un análisis previo de necesidades que responda a necesidades competenciales concretas y que integre esas dimensiones que nos aproximan a una apuesta real por la innovación educativa.

El cambio de rol formador – alumno hacia el de docente en constante proceso de formación, y la construcción de auténticos ambientes de aprendizaje, se convierten en retos que nos permiten accionar un proceso de ingeniería del aprendizaje que comprenda tanto los aspectos pedagógicos como los tecnológicos.

Cualquier iniciativa relacionada con la innovación educativa ha de ser sostenible en el tiempo, lo que implica creer realmente en lo que estamos haciendo, fijando objetivos concretos y mesurables y procesos de trabajo planificados. Ello nos lleva a plantearnos incluso la necesidad de trabajar el desarrollo de herramientas diagnóstico de innovación educativa, que permitan facilitar el desarrollo del propio plan de innovación. Pero ese es otro debate…